Por Florantonia Singer | 25 de marzo de 2021

La maestra Socorro Medina y sus alumnos, en la escuela que ha montado en su vivienda, en el barrio de La Cruz de Caracas, Venezuela. Foto: Daniel Hernández

Con una propagación inicial ralentizada por la propia crisis del país —la poca conectividad aérea y una agravada escasez de combustible redujeron la movilidad y, por tanto, el contagio de coronavirus—, un año después la epidemia empieza a mostrar los dientes con un incremento veloz de los casos. Aunque el Gobierno primero anunció un regreso semipresencial a las aulas para el mes de abril, el pasado 22 de marzo Maduro dijo que no habrá vuelta a las clases presenciales y decretó un nuevo confinamiento debido a la detección de las nuevas variantes más contagiosas del virus.

La vacunación es incierta. Pero la covid-19, en realidad, es lo de menos. La pandemia encontró al país en emergencia humanitaria. Esta condición previa también ha hecho que sea un espejismo la vuelta a clase en escuelas que no tienen agua para garantizar el lavado de manos y cuando los profesores han desertado en masa porque reciben menos de un dólar al mes de salario. Según la Federación Venezolana de Maestros, más del 40% de los docentes del país ha renunciado en los últimos años. Muchos han aprovechado la educación a distancia —que se ha limitado al envío y corrección de deberes— para emprender en otros oficios para poder sobrevivir.

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